(Lima, Perú,1992)
Primer libro: Canción y vuelo de Santosa (Alastor, 2021), es periodista, comunicadora social, escritora y poeta, estudiante de la Maestría de Literatura Hispanoamericana en al PUCP. Poemas suyos han sido publicados en la antología de poetas mujeres de la revista Ínsula Barataria (Lima, 2017) y en la antología Liberoamericanas: 140 poetas contemporáneas de la editorial Liberoamérica (España, 2018). Ha sido coordinadora de la Feria Alternativa del Libro ANTIFIL. Sus trabajos periodísticos versan sobre temas de memoria, ambiente, feminismo.

La Abuela se fue la mañana del 19
La historia de su adiós en esta tierra fue de claveles santos.
No de ensayos ni de palabras.
Un lugar claro frente al camposanto,
sonaba un huayno,
bailaban las cenizas,
la cerveza dulce.
Entre la sotana y los libros sagrados
asomó la muerte con su alma volátil.
Lluvia en enero;
y nos bebimos las gotas,
confundiéndolas con regalos de Cristo.
Reflectante ante el abismo
En esta estrofa se fueron los lamentos.
Las tres veces que intenté volver sobre mis pasos:
sobre las olas,
sobre el acantilado,
sobre tus hombros.
Un viernes me desaparecí entre canciones,
composiciones frenéticas,
y no pude escribir poesía.
Ya no siento nada en enero.
Mi voz es un río intacto,
donde jugamos en las tardes
aunque nos devoren los mosquitos.
Cómo odio la posibilidad de morir de noche
cuando no quedan palabras,
solo este cuerpo.
Érase al final solo humo,
espejos por toda la casa,
reflejo del sistema linfático.
Un día dejé la iglesia
La madre me entregó a Dios,
un ángel blanco parecido a Leonardo DiCaprio
que leía versos de Mallarmé.
Su ángel me abandonó por las tardes
cuando lloraba por un idiota que me tocaba
para aplacar sus penas.
Los libros eran buenos pretextos
para fingir que entendíamos Trilce
y no queríamos echarnos a llorar
porque no llega la pizza y nos rechazaron la tarjeta.
Aprendí que es mejor publicar una disertación inteligente
que imaginar si Mallarmé quería decirnos
cómo escribir poesía;
pensar que somos la vanguardia
que ríe de las próximas vanguardias que inventemos.
Llegó la muerte un día para sujetarnos de las orejas.
No nos dimos cuenta de su forma benigna,
solo apreciamos las muertes patrióticas
o las que ocurren junto a un río,
no aquella que acecha en la vejez.
Aquella tarde, cuando se anunció el fin,
no estuvo el ángel ni la tormenta
menos Mallarmé con su libro.
La mujer rota
La mujer rota camina buscando un chocolate. Torpe, se distrae con los colores del jardín vecino. No existe la forma de pronunciar pena y placer en castellano. Rota, la mujer pasa su piel por la cera; lo que guarda en las costillas no es siquiera un órgano, es algo parecido a la nada.
La mujer rota vive el día como un caminante certero. Su reloj a las siete y su ingreso a las nueve. Registra pedidos mecánicos en la computadora y planea el caos en silencio, aguantando las ganas de llorar frente al teclado porque ha visto un perro muerto en la vereda.
La mujer rota tiene bordado en el ombligo la figura de una libélula, símbolo de conocimiento o un simple artefacto ornamental. Saca de las costuras de su cuerpo: una niña. Un cuerpo remendado, unido con alfileres. Un ser pequeño y miserable, hecho de enfermedades y tempestad.